El discurso de la primera campaña contra la “ideología de género” en Uruguay

Título del trabajo:Análisis discursivo de la primera campaña contra la «ideología de género» en Uruguay
Tipo de trabajo:Trabajo final de grado
Autor:Agustina Huertas
Autor del resumen:Agustina Huertas

Este trabajo de grado se propuso observar cómo se llevan adelante las campañas anti-género o acciones backlash y qué elementos construyen sus discursos, a partir de un hecho nacional particular: la campaña para derogar la Ley Integral para Personas Trans, en 2019.

Uno de los propósitos fue analizar cómo se implementa el término “ideología de género” en el caso uruguayo. En ocasión de la derogación de la Ley Trans, el concepto nunca fue explicado o definido; simplemente se cataloga, valoriza peyorativamente, se atribuye a temas en los que se discrepa. Se da por sentado que es parte del sistema de creencias de este grupo y que está generalizado socialmente. Esto se pudo advertir principalmente en las redes sociales. 

La instalación de que el “género” existe como ideología, no hace más que descalificar las demandas de ciertos colectivos, con la excusa de que propone nuevas concepciones de viejos valores o desestabiliza la “verdad natural”. Se olvida que sus ideas, como sistema de creencias, también conforman una ideología. 

Tras una descripción de estos movimientos influenciados por el fundamentalismo norteamericano de los setentas, se pudo determinar que se constituyen como colectivos de ciudadanos consternados ante una sociedad en “crisis moral”, producto de la crítica hacia los valores tradicionales cis-heteronormativos en torno a la familia y los derechos sexuales y reproductivos. 

Ante ciertas demandas y políticas públicas, grupos tradicionales y religiosos reaccionan. La precursora en desarrollar una estrategia de este tipo fue la Iglesia Católica Romana al construir el término conocido como “ideología de género”. Como “aglutinante simbólico” engloba ideas feministas en torno al “género”, en un término al que se le atribuye carácter de ideología, para deslegitimarlas. Construyen un relato de “Guerra Espiritual”, propagan la percepción de un enemigo homogéneo, inspirado en ideas extranjeras, totalitarias y colonizadoras que “amenaza” nuestra sociedad, sobre todo las infancias, y el rol de los progenitores sobre estas. Supuestos que serán defendidos por un “nosotros” moralista, guiado por la verdad, víctima de la “corrección política” limitante de la libertad de expresión. Desde un típico planteo de “nosotros vs. ellos”, dicen ser voceros de las preocupaciones del pueblo silenciado.

Mediante un “secularismo estratégico” que prima nociones científicas sobre religiosas, despliegan un discurso en defensa de los valores tradicionales, la familia, la ciencia y la nación. Desde una mirada neoliberal se enfatiza la disputa sobre lo público vs lo privado, la salvaguarda de las libertades individuales y la meritocracia económica.

En comparación con ejemplo internacionales, se observó que en esta campaña nacional contra la Ley Trans se dio una copia de la estrategia comunicacional y discursiva utilizada por otros movimientos. 

Se involucraron los mismos actores, utilizaron los mismos medios y se propagó el discurso base. Sin embargo, hubo también diferencias. La primera es que, si bien esta campaña fue motivada por dos políticos abiertamente practicantes de una religión, no prueba ello que en Uruguay esté conformado un bloque político explícitamente religioso. La laicidad imperante en nuestro Estado y arraigada en nuestra sociedad, es causa también de ello, particularidad propia de nuestra cultura, usada a favor en esta campaña. No implementar la palabra de Dios o referencias religiosas en los discursos es un recurso de “secularismo estratégico” principalmente porque en Uruguay, este tipo de demandas sociales están lideradas por grupos de tinte progresista, feministas, juveniles o de diversidad sexual. La confianza o adhesión en las comunidades religiosas ha disminuido, y si bien las nuevas corrientes evangélicas han aumentado, la sociedad uruguaya aún considera que la vivencia espiritual y democracia no se mezclan. 

El poco respaldo de grandes partidos políticos, como iniciativa propia de colectivos ciudadanos, incidió también en las formas de vehiculizar el discurso. Particularmente, en nuestro país, no se recurrió a intervenciones públicas multitudinarias (marchas, vigilias).

Otra particularidad de las fuerzas anti-género de Uruguay es que si bien se organizan, no han alcanzado aún la robustez necesaria para que iniciativas como la analizada adquieran una adhesión social de relevancia. La población comprendida bajo estas reacciones comprende solo un nueve por ciento y no ha aumentado con los años. Tampoco ha variado, constituyen los mismos discursos, y se distribuyen por el país de la misma forma.

Tal vez, al decir que fueron poco exitosos en estos procesos, se crea que estos movimientos son minoritarios o no tienen el impacto “alarmante” que sí han tenido en la región. Sin embargo, no dejan de estar presentes, forman parte de la élite política, de la arena social. La reactivación de estos discursos incentiva a su propagación. Y cabe recordar que, por más que se amparen en la libertad de expresión, este derecho también tiene un límite; y la discriminación y el odio se propagan rápido.

Las representaciones lingüísticas y visuales de esta campaña permiten evidenciar que los estereotipos en torno a las identidades disidentes siguen arraigados. Se transparenta el sistema de creencias propio de una tradición católica que se apega a las nociones binarias de los géneros, entendido este como el “sexo” marcado biológicamente. Las elecciones identitarias de las disidencias son minimizadas y deslegitimadas como meros “sentires”, como si fueran menos “reales”, una forma en la que se desacredita también toda construcción teórica sobre estos temas de las Ciencias Sociales.

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